Isidoro siempre tuvo claro que quería viajar. Nacido en una pequeña aldea gallega salió de allí para estudiar. Se embarcó en proyectos que le hicieron cruzar océanos, descubrir que el mundo es muy grande y aquí no somos ni más listos, ni más guapos.

Conoce a Isidoro García

¿Sabías de pequeño a qué ibas a dedicar tu vida?
Cuando tenía doce, trece, catorce años, me decía mi madre ¿y tú de mayor qué quieres ser? Ah, pues no sé, pero sobre todo quiero viajar, contestaba yo. Me crié en una aldea profunda de Galicia con escasos recursos, en una familia  humilde, obrera, ferroviaria, sin medios  para saber qué es lo que ocurría más allá de la aldea. No había teléfonos. La televisión era en blanco y negro, y sólo la tenía el señor del bar. Escuchaba la radio, eso sí. Veía que había más mundo. Tenía ganas de conocerlo, ilusión, me picaba la curiosidad por saber qué había fuera de la aldea. Tuve claro que quería irme y viajar.

Si te pica la curiosidad, déjate llevar.

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¿Cuáles fueron tus inicios viajeros?
Fue gracias a los estudios. Con diez años, los domingos por la tarde tenía que coger el tren. Hacía, yo sólo, 80 kilómetros. Estaba en una pensión hasta que regresaba a casa los viernes.

Después de unos años de estudiar en colegios de Galicia entré en las universidades laborales, así que con quince años recorrí toda España. Me fui a estudiar a Cataluña, después al País Vasco a estudiar Bachillerato Superior en Electrónica, y de ahí a Madrid a Alcalá de Henares a estudiar Ingeniería Técnica de Telecomunicación. Explicarle a mi padre que la luz iba a 80 voltios, o hacerle ver que era una profesión con futuro, era muy difícil. Como he dicho, en la aldea no había teléfono. 

¿Qué te dijo él?
Una frase que siempre he recordado y  digo a los jóvenes: si de eso crees que vas a comer y mantener una familia hazlo, no lo dudes, tira palante. Y chapó.

Búscate un buen compañero de viaje. Tu mujer, tu marido, o tu mejor amigo.

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¿Y después, terminados los estudios, cómo seguiste viajando?
Se alinearon los astros. A principios de los ochenta se estaba creando en mi trabajo una red para hacer la expansión internacional y yo me apunté. Dije que quería entrar en ese proyecto, pero mucha gente de mi familia y amigos no me entendió. 

Me asignaron un proyecto en Buenos Aires cuando todos los países del cono sur estaban en dictadura. La gente desaparecía en las calles. Había miles de muertos. Mi jefe me lo expuso claramente: Isidoro, en París no se necesita poner teléfonos, ya los tienenMe fui allí con una ilusión terrible. No lo entendió casi nadie salvo mi mujer que me apoyó a muerte. Nos fuimos los dos. Estuvimos ocho años.


¿Qué aprendiste allí?
Allí te das cuenta que el mundo es enorme, que la aldea de Galicia, incluso España, es pequeña. Cuando estás allí en contacto con gente de otros países, con su modo de ver las cosas, su modus operandi en el día a día, te enseña muchas cosas. Todo el mundo te enseña cosas, y tú tienes que tener la mente abierta para aprenderlas, para asimilarlas. Nosotros no somos más altos, ni más guapos. Simplemente somos occidentales.

Imagino que hay que ir con una actitud distinta a la del turista ¿verdad?
Sí, vete con la mente abierta para aprender. Vete con ganas de aprender. En Galicia se emigraba mucho por trabajo en los años 60 y 70. Se iban a Alemania, Francia, Argentina, Panamá, Venezuela. Recuerdo una vez en un bar que un señor presumía de que había viajado por Francia y un compañero le dice: no, a ti te metieron en un baúl, te llevaron a Francia, se olvidaron de abrirlo y te han vuelto a traer. De Francia no conoces nada. Quizá fue un poco duro con su amigo pero es verdad. Si vas a un país no vayas a ver el A, B y C que aparece en las guías de turismo. Involúcrate con la gente, con el modus operandi de ese país.

Vete con la mente abierta. Involúcrate con el modus operandi de cada país.

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Ésa ha sido entonces tu estrategia, ¿involucrarte?
Eso lo he llevado a la práctica y me ha venido muy bien. Se lo recomiendo a los jóvenes. Hay que saber cómo es la idiosincrasia del país, y si la dominas, posiblemente te va a ayudar mucho a nivel personal y profesional.

¿Nos das algún ejemplo práctico de cómo hacías?
Claro. Con cuarenta y algún años entré en una filial francesa en España. El idioma oficial era el inglés. Iba todos los meses a París a reportar. A los franceses les gusta que les hables en francés. Yo lo había estudiado en el bachillerato elemental, tenía que mejorarlo y  me dije, yo quiero saber cómo y cuándo los franceses comen queso. Y de mi tiempo y de mis vacaciones, con mi dinero, fui dos veranos a Burdeos a vivir con familias de allí para entender la idiosincrasia francesa.

Luego hice lo mismo cuando nos compró una empresa norteamericana. Usando recursos personales fui a Boston a vivir con una familia, a ver cuándo y cómo se comían las hamburguesas. Aprendí muchísimo. Por las tardes hacíamos una tertulia en la que participaban tres estudiantes chinos. Alucinaba en colores con ellos. Allí me di cuenta, en el año 97 y 98, que China nos iba a comer. Empecé a leer sobre China, su industria, los dogmas y costumbres.

Estos viajes parecen ser hitos en tu vida.
Cada uno de estos viajes me ha marcado mucho. Pero me ha marcado para bien, incluso para enseñarme cuál era el siguiente camino, el siguiente tren que debía coger.

¿Aparece todo así de rodado? ¿Se van encadenando las cosas por sí solas?
No y esto es algo que no me cansaré de repetir a los jóvenes. Si quieres montar en un tren  infórmate de a qué hora pasa, a qué hora para y estate en el andén. Si quieres montar haz todo lo posible por estar en el andén a la hora adecuada. Aún suponiendo que ese tren se marche por el motivo que fuera, porque no era para ti, habrá otro. No te desanimes. Te lo dice alguien con canas.

Si quieres montar en un tren infórmate de a qué hora pasa, a qué hora para y estate en el andén.

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Continúa aprendiendo de los que más saben de la vida
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Clase: Antonio Ponce
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