Frente al abismo

A Bruno Galindo le cuesta responder a la pregunta ¿de dónde eres? Nació por casualidad en Argentina, de padre de la Patagonia y madre de los Balcanes. Pero pudo haber sido italiano si llega a nacer en el barco que trasladaba a sus padres desde Yugoslavia, convertidos en refugiados tras la invasión de Rusia a Checoslovaquia. Vivieron un mes en Argentina y después se trasladaron a Madrid. Antes de la pandemia hubo un tiempo en el que fue nómada. Vive rodeado de plantas, de libros y de detalles traídos de sus múltiples viajes.

Es escritor; una de esas profesiones “bonitas, pero sin futuro”, como le suelen decir, erróneamente. Nunca quiso ser nada más. Sus padres le apoyaron. Practicaron una forma de educación que él valora por encima de todas las cosas: vigilar desde la distancia y respetar el camino del otro.
Eres escritor y periodista, ¿se puede vivir de eso?
Sí, para mucha gente el escritor es aquel que exclusivamente escribe libros, que está en su buhardilla encerrado escribiendo novelas. Para algunos de nosotros, y a muchos nos gusta que sea así, el escritor escribe distintas cosas que van a distintos lugares. Van a lo audiovisual, a las ONG, a la publicidad… Por eso el escritor normal, en el mejor de los casos, puede vivir de la escritura.
¿Qué les dirías a los jóvenes?
Lo primero que haría, antes de decirles nada, sería escucharlos. Y una vez los he escuchado, les diría que tengan curiosidad, espíritu aventurero en la vida. Ver la vida como una aventura y tratar de fascinarte por lo diferente. Hoy en día, en una época en la que es muy importante la identidad, la gente se une por lo común y no por lo original. Es de una gran importancia trabajar en lo que te hace único.
Pero, sin embargo, al mismo tiempo hay mucho mensaje publicitario que insiste en la necesidad de ser original. Me estoy acordando del Piensa diferente, de Apple.
Siempre aparece Apple o cualquier otra marca para decirte algo así, pero el mundo actual de las ideas no está pivotando sobre algo único, intransferible (o puede que también sea transferible). La creatividad está muy mitigada por los lugares comunes en los que hay que encajar. Hay que buscar la diferencia, darle rienda suelta a lo diferente frente al imperativo actual de ponerse todos de acuerdo en las grandes ideas, en los trending topic.
Y todos sabemos lo que les sucede a los originales en el patio de colegio
Que los corren a collejas.

Has dicho antes que se puede vivir de la escritura, pero no es la imagen que la sociedad tiene de ello. Tu mensaje es muy importante para todos aquellos jóvenes que quieran dedicarse a las ramas más artísticas. ¿Tus padres te animaron a perseguir tus sueños?
Mis padres no se opusieron a que quisiera ser escritor. En realidad, a nada de lo que he hecho. No me dieron ningún consejo y eso es algo que celebro: que me vigilaran desde el no decirme nada.
En la sociedad está ese asunto del “bueno, ¿y de qué vas a comer?” Eso sí me lo han dicho, pero nunca mis padres. En mi generación eran muy importante los títulos. La escritura es un trabajo vocacional, una carrera de rechazo porque mucha gente rechaza este tipo de trabajo. Exige que seas fuerte y que creas en esa apuesta personal.
El rechazo es algo con lo que el escritor convive de una forma muy estrecha, no solo porque elija el camino que otros desechan, sino porque también tiene que enfrentarse al rechazo de las editoriales. A los jóvenes que dejan sus sueños de lado porque les han rechazado alguna vez, ¿qué les dirías?
A la gente joven que empieza a escribir o hacer aquello que le guste hay que decirle que la carrera es muy larga. En la vida hay que enfrentarse a situaciones muy duras y no podemos correr el riesgo de dejar de luchar, aunque aparezca la angustia. La vida está llena de lucha y de bosques que tienes que atravesar. No puedes pararte en el primero de ellos.

¿Siempre has querido ser escritor?
Sí, siempre. Y siempre he estado dispuesto a hacer otras cosas en mi vida para poder serlo.
¿Hay que tener ego para ser escritor, para que otros lean lo que has escrito?
Para ser escritor debes tener unas espaldas fuertes para, como comentábamos, lidiar con el rechazo, pero también —y al contrario de lo que se suele decir— tienes que tener ego, pero un ego bueno. Igual que hay un colesterol bueno y otro malo, hay un ego bueno y uno malo. El ego bueno es necesario para el artista: para subirse al escenario, para escribir una página, que es un territorio de afirmación. Es un lugar desde el que quieres comunicar algo y, para hacerlo, hay que creer que puedes hacerlo.

¿Algún recuerdo bonito de la escritura?
Los grandes momentos de la escritura son los de la lectura y esto me lleva a la infancia y a la adolescencia, que son los momentos más felices porque es el momento en el que la capacidad de deslumbramiento es mayor. Y en cuanto a los momentos de escritura, cuando te viene el momento del eureka, cuando no sabías cómo iban a encajar las piezas y, de repente, te das cuenta de que encajan. También cuando acabas de escribir un libro. O ni siquiera hace falta que sea un libro entero. Cuando acabas de escribir una página y sabes que va a necesitar poca corrección.
¿Eres de los que vuelve a leer un libro que ha escrito y ha publicado o no lo hace por miedo a encontrar errores?
Si el libro me ha gustado, puedo cogerlo, abrirlo por cualquier página y leerlo. Si he tenido dudas o me ha costado publicarlo, entonces lo dejo en la estantería y no lo vuelvo a abrir.
Para terminar, ¿de dónde eres?
¡Qué pregunta tan fácil y tan complicada! Nunca he pensado de dónde soy. Nací en Argentina. Mi padre era de la Patagonia argentina y mi madre de la antigua Yugoslavia, actual Croacia. Yo iba a nacer en Yugoslavia y mis padres se tuvieron que ir de la noche a la mañana convertidos en refugiados cuando los rusos invadieron Checoslovaquia. Yo estuve a punto de nacer durante el trayecto en barco. Entonces habría sido italiano, porque era una compañía italiana, pero no fue así. Al mes de mi nacimiento nos mudamos a Madrid. Por lo tanto, tengo algo de argentino, de español y de balcánico.
¿Y después? ¿Siempre en Madrid?
He tenido dos años de nómada, sin casa. Hasta que llegó la pandemia. Acabé quemado con un trabajo y me dieron ganas de salir de Madrid y de moverme. Siempre había tenido esa fantasía de no tener cosas o meter las pocas que tienes en casa de unos amigos y estar por ahí donde te apetece. Fue el mejor periodo de mi vida, no solo para la escritura. Despojarte de lo que tienes te sitúa frente al abismo. Y eso solo puede salir bien.
