Agana Nsiire ha sido muchas cosas: pastor, estudiante de medicina, un hombre que una vez se subió a un arcoíris pero, sobre todo, es un corazón enorme con una misión que, gracias a él está más cerca de hacerse realidad: eliminar todas las formas de dolor y sufrimiento del planeta.

Conoce a Agana Nsiire

Se podría decir que usted es médico gracias a un animal, ¿verdad?

Sí, se podría decir eso. De pequeño fui pastor y tenía un toro llamado Akane. Las vacas más viejas habían aprendido a seguir el camino hasta las zonas de pasto sin comerse los cultivos. Las jóvenes, no. Tenía que devolverlas al camino. Akane iba siempre el primero, sacudiendo la cabeza y moviendo los cuernos, mirando a izquierda y derecha. Cuando veía que una vaca se metía en los campos de cultivo, se daba la vuelta, la echaba de allí y la traía con las demás.

Quería mucho a ese toro. Cuando lo vendieron, me negué a seguir pastoreando. Hicieron de todo para convencerme, hasta fueron a comprar otro. Yo dije que quería a Akane, no un toro. Y me dijeron: bueno, pues si no sales con las vacas, irás al colegio. Y así es como empecé a ir al colegio. Akane, mi toro, me mandó al colegio.

¿Y ese joven que no quería pastorear más asistió al colegio y un día, muchos años después, se convirtió en Director del Programa de Erradicación del pian en Ghana. ¿Cómo se produce ese proceso?

Después del colegio fui al instituto. En mi entorno familiar no tenía a nadie que me pudiera guiar, decirme si era mejor estudiar medicina, ingeniería, contabilidad o banca. Yo era la primera generación que iba a la universidad y me metí a medicina solo por la opinión y los consejos de mis amistades. Al acabar, quise hacer cirugía, pero no conseguí la beca. Iba a las clases y a las reuniones, pero la beca no llegaba. Un día alguien me preguntó: ¿por qué no te metes en la salud pública y me ayudas a organizar los servicios de mi región? Y respondí: no hay problema.

En aquella época, para un joven médico, los lunes eran un infierno por una cosa: las rondas infantiles. Estaban llenas de sarampión y desnutrición. Era agotador. Pero por entonces me di cuenta de que el sarampión iba disminuyendo y las rondas infantiles ya no eran tan pesadas gracias a algo llamado inmunización. Así que me dije: si con esto puedo sacar cosas adelante, ¿para qué me voy a quedar en la medicina clínica tratando una malaria o una hernia? Me pasé a la salud pública y eso es lo que me ha traído aquí. Me llamaron de vuelta a Accra para dirigir el Programa Nacional de Erradicación del Pian. Y me vine. Ahora que estoy jubilado, sigo asesorando a organizaciones como Fundación Anesvad, en todo lo concerniente a las Enfermedades Tropicales Desatendidas.

¿De dónde le viene el respeto por la vida, su deseo de salvarla?

En Gu’uro, el lugar donde nací, le damos a la vida el máximo valor. Valoramos tanto la vida que incluso en las guerras —me refiero a las guerras tribales, guerras entre comunidades—, si habías disparado y matado a un ser humano, tenías que pasar por rituales muy rigurosos. Si no lo hacías, tu familia estaría maldita. Así valoramos la vida.

¿Valoran la vida y, según nos ha contado, también la amistad?

Sí, valoramos tanto la amistad que si alguien nos visita en casa y no hay comida —cosa que pasa mucho en abril, cuando todo el grano y las semillas se reservan para el cultivo del año siguiente —, tenemos que ofrecer algo de comer a las visitas como sea, incluso si los niños se tienen que ir a la cama sin comer.

Gu’uro es un nombre muy bonito, con mucha sonoridad…

Significa espinos. Hay un árbol espinoso que es muy común en esa comunidad. Formábamos parte de una comunidad más grande llamada Yorgo, pero la administración colonial nos dividió en dos y nuestro lado se llamó Gu’uro.

Y en todos estos años ejerciendo su profesión imagino que habrá tenido situaciones muy duras, pero también otras muy gratificantes, ¿verdad?

Pues sí, ha habido muchísimas. Pero me voy a centrar en dos. Un joven que tenía el brazo destrozado por la úlcera de Buruli y un niño de nueve años con la cara comida por el pian. El joven, que le tratamos aquí antes de enviarlo al hospital regional, regresó a su casa y pudo volver a trabajar reparando bicicletas. ¿Hay algo más satisfactorio y emotivo?

Imagino que pocas cosas. O quizá ese niño de nueve años que ha mencionado antes

El niño, que tenía el rostro invadido por el pian, no podía ir a la escuela porque ningún profesor lo admitía. Nadie quería estar con él. Ni siquiera podía salir a jugar. Estaba escondido en casa. Por aquella época el programa de pian estaba empezando y nos llamaron para que realizáramos el diagnóstico. Así que fuimos y, junto con el cirujano, hicimos algunos test y los resultados decían que era un proceso infeccioso crónico, posiblemente pian. Decidimos administrarle dos inyecciones de penicilina, una a la semana. Y al cabo de tres semanas, ¡estaba limpio! La piel volvió a su apariencia normal, y eso que pensábamos que iba a perder el ojo, pero no fue así. Todo estaba limpio. ¿Qué más necesitas para estar satisfecho? Y pensar que probablemente hay miles de afectados aún escondidos, no detectados…

Salva a las personas con tu corazón, salva a la humanidad.

Tuitéalo

¿Cuál ha sido su mayor logro?

De nuevo, voy a mencionar dos. Han marcado un antes y un después. El primero ha sido la integración en el diagnóstico. Antes se diagnosticaban las enfermedades por separado. Nos dimos cuenta de que así se desperdiciaban recursos, así que creamos una tarjeta con imágenes de las distintas enfermedades y formamos al personal de los distritos y de las regiones para identificarlas.

El segundo ha sido la investigación, lo que llamamos enfoque centrado en la persona. Esto significa que si la persona no tiene pian, pero sí otra enfermedad, la tratemos igualmente. Tenemos que recordar siempre que trabajamos para el paciente y no para nosotros mismos.

¿Algún consejo para los médicos jóvenes que empiezan?

Les diría que, por favor, no eviten las enfermedades tropicales desatendidas, no huyas. Salva a las personas con tu corazón, salva a la humanidad. Céntrate en los seres humanos, no en lo personal. Ese es mi mensaje para la juventud médica.

Y si pudiera lanzar un mensaje al mundo, ¿cuál sería?

Alcancemos las estrellas, sí, pero también eliminemos del planeta Tierra todas las formas de dolor y sufrimiento. La vida es dulce, es hermosa. La vida hay que disfrutarla. Disfrútala y permite que otros puedan disfrutarla. Ese es mi mensaje.

La vida es dulce, es hermosa. La vida hay que disfrutarla.

Tuitéalo
Continúa aprendiendo de los que más saben de la vida
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Clase: Beatriz Bracho
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