A Paquita le brillan los ojos cuando habla de sus años en la docencia. Fue la necesidad de sentirse rodeada de gente joven la que le hizo abandonar el Consejo Superior de Investigaciones Científicas para dar clase en la universidad. Estudió Farmacia porque no existía la carrera de Biología, pero a ella le interesaba la botánica y la química. Al acabar los estudios, sus padres le pusieron una farmacia. Allí disfrutaba del trato con la gente, pero sabía y sentía que su destino no era ése.

Conoce a Paquita Fernández

A Paquita su director de doctorado le dijo que, siendo mujer, no acabaría la tesis. No sólo la acabó, sino que con los años consiguió una plaza de catedrática. Hizo una estancia postdoctoral en Estados Unidos. En aquellos años en la universidad de Berkeley conoció la época hippie y pudo ver cómo Bob Dylan y Joan Báez cantaban en el campus. Después volvió a España y se convirtió en una de esas profesoras que los alumnos nunca olvidan.

Dice que el salón de la casa es donde hace su vida. Y se nota. Revistas de divulgación científica, un ordenador, plantas, fotografías en las que aparecen mayormente mujeres, y una luz cálida que lo inunda todo de ternura.

Se hizo un esguince hace poco. Estaba deseando seguir las indicaciones del médico para curarse. Esta mañana ha ido a yoga y a gimnasia. Le encantan las Olimpiadas. Y ese reconocimiento del esfuerzo, de cumplir poco a poco las metas, vertebra toda nuestra conversación. Porque de recorrer el camino —los caminos, mejor dicho— sabe mucho.

Trabajó en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas muchos años y después decidió irse a la universidad. Habría pocas mujeres catedráticas en la universidad cuando usted accedió a la cátedra, ¿no?

Fui la primera mujer de Biología en la Universidad Autónoma de Madrid, pero no hubo discriminación por ello. Siempre me he sentido muy cómoda en la universidad, especialmente en el trato con los estudiantes.

 

Para ser profesor hay que ser muy generoso

Con la gente que trabajaba y no podía asistir a clase y yo veía que querían aprender, tenía tutorías los sábados. Esto no lo sabían mis compañeros. Las tutorías no eran sólo una cuestión académica. Ahí te dabas cuenta de que muchos de los problemas de aquellos jóvenes provenían de una situación familiar. Siempre he creído que la universidad no es solo transmisión de conocimiento, sino también formación integral del individuo.

 

Respetaba mucho a sus alumnos, entonces.

Nunca he estado de acuerdo con esa afirmación de “es que estos jóvenes de hoy en día son tal y cual cosa”.  A los jóvenes hay que acercarse, no sentirse superior a ellos. Y, desde ese acercamiento, ellos te reconocen también como autoridad en la materia.

No hay que sentirse superior los jóvenes. Hay que acercarse a ellos.

Tuitéalo

Fue muy valiente por su parte cambiarse de trabajo

Sí, porque, además, fui incomprendida por ambas partes. En el Consejo Superior me decían: pero ¿dónde vas ahora con toda la chiquillería, tú que ya eres investigadora? Y en la universidad se preguntaban: ¿qué viene ésta a hacer aquí? Además, me fui de interina por un sueldo inferior al que tenía en el CSIC. Después ya me hice catedrática.

 

 ¿Qué edad tenía?

Cuarenta y cinco años cuando llegué a la universidad. Cuarenta y nueve cuando conseguí la cátedra.

 

En una vida caben muchas vidas, ¿verdad?

Sí, puedes cambiarte de trayectoria e, incluso, zigzaguear dentro de la misma. He trabajado en diferentes temas dentro de la investigación. Nunca me ha importado cambiar. En ese aspecto he sido muy flexible.

 

¿Y no tuvo miedo de equivocarse?

No, la verdad es que no. He estado muy contenta en el CSIC y muy contenta en la universidad.

 

Algunos expertos hablan de la pérdida de motivación en las nuevas generaciones y de cómo es crucial que la recuperen. Ahora bien, qué importante es la motivación a cualquier edad, no solo cuando se es joven…

Completamente. Cuando me jubilé, me preguntaban si no echaba de menos la universidad. Y yo les decía que no. Fue un capítulo en mi vida. Precioso, pero un capítulo. Yo me jubilé con 70 años. Después continué hasta los 79 como profesora honorífica. Siempre hay que tener proyectos a corto plazo que te permitan seguir adelante. Esos proyectos deben estar adaptados a las posibilidades de cada uno, claro, pero siempre deben existir.

Los jóvenes te acercan a la realidad

Tuitéalo

Y a esos jóvenes desmotivados, ¿qué les diría?

Que caminen y llegarán a algún sitio. No estamos acostumbrados a ver el valor de las cosas pequeñas que nos rodean. Nos centramos en ponernos objetivos grandes. Y no hay por qué. Siempre me acuerdo de Machado y su “se hace camino al andar”. Encuentra el camino y empieza a andar y ya verás cómo, poco a poco, llegarás. Si piensas que debes llegar enseguida, te frustras y no llegas a ningún sitio. Es como el deporte. Empieza, márcate metas. A mí me gustan mucho los Juegos Olímpicos. Ahí ves cómo algunos deportistas están muy contentos habiendo quedado quintos mientras que otros, por su carácter, porque no saben verlo de una forma positiva, se frustran.

La vida es así, vas poco a poco, caminando poco a poco, y hasta donde llegues.

 

Y sin la necesidad de ser el mejor

Eso es. Solo hasta donde cada uno llegue. Todo es un aprendizaje. Antes, en todos los ámbitos, existía la figura del aprendiz. Ahora ya no existe. Ibas escalando, pero todo el mundo sabía que tenía que pasar por ese escalafón. Era una base necesaria. Una buena amiga me decía que antes la gente eran aprendices de todo y ahora son maestros de nada. Lo decía de broma y a mí me hacía mucha gracia.

 

La generación Zeta ha cambiado también la forma de trabajar. Ahora ya no quieren someterse a horarios abusivos ni quieren que el trabajo sea lo más importante de sus vidas

Sí, está bien que no se plieguen a los abusos que se han cometido y que se siguen cometiendo en muchas empresas, pero en investigación, muchas veces, no puedes tener un horario específico. La dedicación es más orgánica porque depende del experimento. Por ejemplo, si hay que recoger muestras, no puedes dejarlo para el día siguiente. En nuestro trabajo en el laboratorio, aunque te ajustaras a las demandas de la investigación, había mucha flexibilidad. Si trabajabas más horas, después al día siguiente podías compensar esas horas.

Su estancia en Berkeley, ¿qué le enseñó?

Fue una época maravillosa. Fui con mi marido, que por entonces era mi novio. Le dije que no nos casaríamos hasta que no acabáramos nuestra estancia postdoctoral.

Era la época de los hippies. Todos los mediodías había actos. Al campus venían a tocar Bob Dylan y a Joan Báez. Fue una etapa increíble.

 

¿No tuvo ganas de quedarse?

Por una parte, sí, pero ya nos ofrecían en España una plaza fija y queríamos tener una relación más estable.

Una parte de hacerse mayor es enfrentarse a las pérdidas de los seres queridos, ¿algún consejo para sobrellevarlas?

Verlas con naturalidad. La vida es muy corta. La muerte es nuestra única certeza. Los muertos te acompañan porque dejan su rastro. No sé lo que habrá después de la muerte, pero los sientes aquí contigo.

 

Y no pensar todo el rato en la muerte, imagino

No, claro. Ya sabes que eres mayor. ¿Para qué vas a estar pensándolo?  Trata de valorar todo lo positivo que tienes. Pon remedio a las cosas, si tienen. Y si no lo tienen, ¿de qué sirve darle vueltas?

paquita profesora de la vieja escuela
Continúa aprendiendo de los que más saben de la vida
Continúa aprendiendo de los que más saben de la vida
Clase: Victoria García